Ese día lo vi distinto.

Felipe no llegó con frases armadas ni con respuestas de libro.
Llegó con algo más potente: la rabia de haber perdido todo y seguir de pie.

No habló como un experto.
Habló como alguien que había estado en el suelo.
Como alguien que supo lo que es mirar la cuenta en cero, cerrar la tienda, y no saber si vas a poder pagar el arriendo.
Y en ese vacío, contó algo que no se me va a olvidar más.

Yo no sé si Felipe se dio cuenta de lo que dijo.
Tal vez para él fue solo un testimonio más, una parte de su discurso.
Pero a mí me dejo marcando ocupado.

Dijo:
“Esto fue lo que me salvó.”
Y levantó una máscara wn!.

No era una pose. No era una metáfora linda.
Era literal.
La levantó como quien muestra un arma que lo defendió en la guerra.
Había perdido todo. La tienda, la plata, el rumbo.
Estaba contra las cuerdas.
Y no supo a quién llamar, no supo a quién pedirle ayuda.
Lo único que tenía… era lo que había vivido.

Y en ese caos, recordó que alguna vez fue luchador.
Que tenía un personaje.
Que se subía al escenario y hablaba. Que gritaba. Que se creía el cuento.
Y entonces, entendió que ese personaje que había inventado para un show…
podía ser la versión de sí mismo que lo sacara del abismo rocalloso (forever wwf perro).

Esa fue la primera cachetada de realidad.
Pero no fue la única.


Mientras hablaba, yo no podía dejar de pensar en la cantidad de gente que se hunde y no se da cuenta de lo que ya tiene.
Gente que se mira al espejo y no ve nada útil.
Que cree que su historia no vale, que su experiencia no sirve.
Y Felipe, con una máscara de lucha libre en la mano, estaba diciendo lo contrario:
“Lo que me salvó no fue un curso, fue lo que ya había vivido. Fue contar mi historia. Fue atreverme a hablar.”

Y entonces tiró otra frase de esas de libro, no libro, un machetazo directo a quien está hoy, tirado en el sillón esperando que los planetas se alineen para hacer algo:
“Me arrepiento de no haber empezado antes.”
No lo dijo con tristeza. Lo dijo con rabia.
Esa rabia honesta que solo puede decir alguien que ya entendió que nadie viene a salvarte.
Que mientras él miraba videos, otros estaban grabando los suyos.
Mientras él era espectador, otros ya estaban vendiendo.
Y no porque supieran más. Sino porque se animaron antes.

Y eso… eso es algo que todos sentimos pero pocos decimos.
Nos ponemos excusas. Que no es el momento. Que no tengo tiempo. Que no tengo seguidores. Que no sé lo suficiente.
Pero en realidad, es miedo.
Miedo a mostrarse. Miedo al qué dirán. Miedo a fallar en público.

Felipe no fue experto en cámaras.
No fue actor, ni influencer.
Fue un tipo que habló desde el barro.
Desde la rabia. Desde la vergüenza. Desde la necesidad.
Y eso… eso conecta.
Porque la gente no quiere otro coach con frases vacías.
Quiere escuchar a alguien que estuvo donde ellos están.

“La gente no compra productos. Compra pasión.”

Y lo demostró.
No vende polerones con frases motivacionales.
Vende asesorías para Mercadolibre. Vende páginas web.
Nada sexy.
Pero te juro que lo escuchas y quieres contratarlo.
No por el servicio.
Por cómo habla. Por cómo vibra. Por la historia que cuenta.

Y ahí te cae la teja más grande de todas:
No tienes que ser el mejor. Tienes que ser real.
Tienes que hablar como hablas tu. Contar lo que viviste tu.
Mostrar tus heridas.
Porque si tu no crees en tu historia… ¿por qué alguien más lo haría?


Y lo último. Lo mas importante:
“Hoy vivo de lo que hago. Y empecé con un video en el auto.”

Eso.
Esa es la frase que nadie quiere escuchar porque te deja sin excusas.
No fue un gran equipo.
No fue un máster en marketing.
Fue un tipo con un celular, una historia y una voz.

Y esa voz… fue más poderosa que cualquier inversión.

A todos los que están leyendo esto y creen que “no tienen nada”...
Te digo algo que aprendí esa noche:
Tener una historia que contar ya es tenerlo todo.

Ahora habla
Muéstrate
Crea tu personaje si es necesario.
Pónete la máscara si hace falta.
Pero no te quedes más mirando ctm.

Porque como dijo Felipe…
“Me salvó poder hablar. Me salvó la historia. Me salvó la pasión.”

Y si eso no te despierta…
es porque estás durmiendo hace rato.

Mira el capítulo completo aquí: https://youtu.be/to0-0Ya1lgg?si=RDHghI8Dyxiq0rVH

Te dejo mis apuntes por si te sirven...

Felipe no vino a vender humo.
Vino a decirnos, sin adornos, que cuando estás quebrado, no necesitas motivación… necesitas recordar quién chucha fuiste.

Enseñó que tu historia no es algo que “algún día” vas a contar.
Es lo único que te puede salvar cuando todo lo demás se cae.

Enseñó que no hace falta tener el mejor producto, ni la mejor cámara, ni la fórmula perfecta.
Hace falta hablar con rabia, con verdad, con energía.

Y, sobre todo, me enseñó esto:
la máscara que usaste alguna vez —esa versión de ti que era más valiente, más ruidosa, más libre— puede ser el personaje que te saque de la mierda.

Cómo puedes aplicarlo en tu vida

  1. Revisa tu historia, no para llorarlo, sino para usarlo.
    Algo que hiciste antes —aunque parezca ridículo— te entrenó para hoy.
    Un trabajo, un hobby, una versión tuya que creías enterrada… puede ser tu ventaja.
  2. Invéntate un personaje si es necesario.
    No para fingir. Sino para potenciarte.
    El miedo nunca se va. Pero el personaje lo empuja.
    Hazte visible. Aunque tiemble la voz.
  3. No esperes estar listo. Empieza con lo que tengas.
    Felipe arrancó con un video en el auto. ¿Y tu? ¿Qué estás esperando?
    El contenido perfecto no existe. Lo que existe es el que se atreve antes.
  4. Cuenta tu historia. Aunque te dé verguenza.
    Porque alguien ahí afuera necesita escuchar exactamente lo que viviste.
    Y si no lo cuentas tu, lo va a contar alguien con menos verdad.

    Gracias Felipe!!
    Un Abrazo, Miguel Ángel